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Unilever es una empresa, es una novela, es la novela que alguien quiere escribir y es, también, una inteligencia artificial. Es que Andrés Dapuez construye su novela desde una aparente preocupación: los avances tecnológicos contemporáneos, el modo en que afectan la vida cotidiana y a eso que llamamos “arte”. Y también desde un aparente drama: el de la relación padre-hijo. En ese andar novelístico, Unilever explora las relaciones filiales pero también ideológicas, desplegadas en enunciados que profieren sus protagonistas, donde brillan algunas hipótesis, como el caso de “las creencias de lujo”: “En algunos contextos algunas personas profesan opiniones con la principal finalidad de conferirse un estatus social especial, para distinguirse de otros”. En este punto, tener un Rolls Royce o un castillo en los Alpes no difiere de ser trotskista, libertario o progresista, todo es susceptible de ser una mercancía que distinga una identidad procesada por un determinado consumo. Porque Unilever también es una novela sobre el marketing, o sobre teorías del marketing, o sobre el funcionamiento del capitalismo y qué hace con la vida de los humanos. Quizás por eso en un momento se nombra a Marx, pero para discutir con sus teorías: ¿quién está “más vivo”, el capital que no deja de reproducirse a sí mismo y “vive” más que las simples vidas de los mortales, o los trabajadores que en el viejo sueño comunista enterrarían al capital y sin embargo fracasan, no dejan de fracasar? En ese sentido, Unilever es una novela política y en la misma medida posmoderna: descree de todo y dice no creer en nada al mismo tiempo que “vende” sus creencias. Pero todo esto es relativo, porque Unilever parece a veces una suerte de caballo de Troya, un dispositivo que oculta sus intenciones, y sus intenciones parecen ser, también, discutir, pero en voz baja, sin grandilocuencia de vanguardia, los procedimientos tradicionales de la novela, o, más llanamente, cómo se puede escribir, hoy en día, una novela.

UNILEVER - ANDRES DAPUEZ

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Unilever es una empresa, es una novela, es la novela que alguien quiere escribir y es, también, una inteligencia artificial. Es que Andrés Dapuez construye su novela desde una aparente preocupación: los avances tecnológicos contemporáneos, el modo en que afectan la vida cotidiana y a eso que llamamos “arte”. Y también desde un aparente drama: el de la relación padre-hijo. En ese andar novelístico, Unilever explora las relaciones filiales pero también ideológicas, desplegadas en enunciados que profieren sus protagonistas, donde brillan algunas hipótesis, como el caso de “las creencias de lujo”: “En algunos contextos algunas personas profesan opiniones con la principal finalidad de conferirse un estatus social especial, para distinguirse de otros”. En este punto, tener un Rolls Royce o un castillo en los Alpes no difiere de ser trotskista, libertario o progresista, todo es susceptible de ser una mercancía que distinga una identidad procesada por un determinado consumo. Porque Unilever también es una novela sobre el marketing, o sobre teorías del marketing, o sobre el funcionamiento del capitalismo y qué hace con la vida de los humanos. Quizás por eso en un momento se nombra a Marx, pero para discutir con sus teorías: ¿quién está “más vivo”, el capital que no deja de reproducirse a sí mismo y “vive” más que las simples vidas de los mortales, o los trabajadores que en el viejo sueño comunista enterrarían al capital y sin embargo fracasan, no dejan de fracasar? En ese sentido, Unilever es una novela política y en la misma medida posmoderna: descree de todo y dice no creer en nada al mismo tiempo que “vende” sus creencias. Pero todo esto es relativo, porque Unilever parece a veces una suerte de caballo de Troya, un dispositivo que oculta sus intenciones, y sus intenciones parecen ser, también, discutir, pero en voz baja, sin grandilocuencia de vanguardia, los procedimientos tradicionales de la novela, o, más llanamente, cómo se puede escribir, hoy en día, una novela.