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¿Qué tiene la poesía de Circe para que se haya quedado en mí, inolvidable? ¿Para que la lea desde hace treinta años y suba a la boca en las conversaciones sobre libros y aparezca repetidamente en las citas y los epígrafes? El mundo griego presocrático tan engarzado en la vida cotidiana, en la revelación de un ángulo profundo y singular sobre lo vivido es, sin duda, uno de los núcleos, un mundo hecho cuerpo en el poema, sin que jamás eso tenga un atisbo de erudición. A veces, una sola imagen bien intensa o una sensación es suficiente, me dice. Estás planchando una prenda y se desgarra, eso es el centro del poema. Si agrego otras cosas, el poema se debilita. Hay en la poesía de Circe una huella enraizada en socráticos y presocráticos; el lector es llamado a construir pensamiento, a resolver planteos filosóficos, invitado a percibir sutiles transformaciones. Mi actividad como profesora hacía que estuviera explicando en el plano teórico el pensamiento de un filósofo y de repente esa situación era el disparador de algún poema, dice. Fue en Seferis, Kavafis, Elytis, Ritsos donde aprendió que la poesía es un modo de pensamiento alimentado a su vez por corrientes muy antiguas, porque las primeras formas de la filosofía, las de los presocráticos, fueron poemas filosóficos, un pensamiento por imágenes, previo a lo conceptual; las religiones aparecieron como poesía primero, dice. Así y ahí encuentra ella ideas sobre el mundo, grandes ideas que vienen desde un lugar remoto para encarnar en lo más íntimo, en lo más pequeño. Siempre temo que sea demasiado evidente, dice, porque fui profesora durante treinta años. Teatralizaba mucho el Fedón y el momento clave era cuando los discípulos caían en un silencio. Hay un poema que trata eso, un argumento, el de Simmias, que es como una ola que todavía nos salpica, dice, porque Sócrates acababa de decir que, siendo el alma tan diferente del cuerpo, por qué va a tener la misma suerte: ¿Y si el alma fuera como música/y el cuerpo la lira?/Roto uno, la otra no existe/dice Simmias./ El silencio se hace en la celda./ Los discípulos callan, inquietos./ De aquel largo silencio, todavía las olas/salpican, dice en Objeción de Simmias, asunto que rebrota en otros poemas y es el corazón de La muerte de Aase: Las cosas por su nombre...// ¿Y si no lo tienen?/ ¿Cómo se llama esta tristeza/ que te dan las tres notas ascendentes/ de La muerte de Aase, en esta música?// Cuidado, no se llama Esta Tristeza./ Vas a tener que dar algún rodeo/para nombrarla/ porque no existe fuera de las notas/ y sin embargo/ las notas no son ella

LA PESADORA DE PERLAS OBRA POETICA CONVERSACIONES CON MARIA TERESA ANDRUETTO - CIRCE MAIA

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¿Qué tiene la poesía de Circe para que se haya quedado en mí, inolvidable? ¿Para que la lea desde hace treinta años y suba a la boca en las conversaciones sobre libros y aparezca repetidamente en las citas y los epígrafes? El mundo griego presocrático tan engarzado en la vida cotidiana, en la revelación de un ángulo profundo y singular sobre lo vivido es, sin duda, uno de los núcleos, un mundo hecho cuerpo en el poema, sin que jamás eso tenga un atisbo de erudición. A veces, una sola imagen bien intensa o una sensación es suficiente, me dice. Estás planchando una prenda y se desgarra, eso es el centro del poema. Si agrego otras cosas, el poema se debilita. Hay en la poesía de Circe una huella enraizada en socráticos y presocráticos; el lector es llamado a construir pensamiento, a resolver planteos filosóficos, invitado a percibir sutiles transformaciones. Mi actividad como profesora hacía que estuviera explicando en el plano teórico el pensamiento de un filósofo y de repente esa situación era el disparador de algún poema, dice. Fue en Seferis, Kavafis, Elytis, Ritsos donde aprendió que la poesía es un modo de pensamiento alimentado a su vez por corrientes muy antiguas, porque las primeras formas de la filosofía, las de los presocráticos, fueron poemas filosóficos, un pensamiento por imágenes, previo a lo conceptual; las religiones aparecieron como poesía primero, dice. Así y ahí encuentra ella ideas sobre el mundo, grandes ideas que vienen desde un lugar remoto para encarnar en lo más íntimo, en lo más pequeño. Siempre temo que sea demasiado evidente, dice, porque fui profesora durante treinta años. Teatralizaba mucho el Fedón y el momento clave era cuando los discípulos caían en un silencio. Hay un poema que trata eso, un argumento, el de Simmias, que es como una ola que todavía nos salpica, dice, porque Sócrates acababa de decir que, siendo el alma tan diferente del cuerpo, por qué va a tener la misma suerte: ¿Y si el alma fuera como música/y el cuerpo la lira?/Roto uno, la otra no existe/dice Simmias./ El silencio se hace en la celda./ Los discípulos callan, inquietos./ De aquel largo silencio, todavía las olas/salpican, dice en Objeción de Simmias, asunto que rebrota en otros poemas y es el corazón de La muerte de Aase: Las cosas por su nombre...// ¿Y si no lo tienen?/ ¿Cómo se llama esta tristeza/ que te dan las tres notas ascendentes/ de La muerte de Aase, en esta música?// Cuidado, no se llama Esta Tristeza./ Vas a tener que dar algún rodeo/para nombrarla/ porque no existe fuera de las notas/ y sin embargo/ las notas no son ella