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Al recibir el Oscar, el director italiano Paolo Sorrentino le agradeció a Diego Maradona: le había salvado la vida, como luego contaría en la película Fue la mano de Dios. El ex futbolista Pedro Monzón tenía decidido suicidarse cuando, con el arma ya en la mano, decidió llamar a Diego: “Si no viene, me mato”. Esas son dos de las historias que Micaela Domínguez Prost cuenta en este libro. En otras nos habla de un porteño preso en el Chad por hacer espionaje para Kadafi, de una trabajadora social perdida en Beijing, de una azafata inglesa atrapada en la Kuwait invadida por Saddam Hussein, de un hombre que en estado vegetativo lucha por su vida en un hospital de Miami… A todos ellos, y a algunos más, el Diego les dará una mano. Estas historias reales testimonian el alcance de una idolatría y –según escribe el sociólogo Pablo Alabarces en el prólogo— dan indicios de algo que “supusimos cuando comprendimos la inmensidad del amor napolitano o leímos sobre las manifestaciones en Bangladesh contra su salida del Mundial 94. Algo había en Diego que lo volvía, mágicamente, un ídolo popular global”. “Cuando me lleve la muerte viviré por siempre en tu corazón”, cantan Los Auténticos Decadentes, y es la frase que más me consuela ante el tremendo disparate de no estar más acá. No tengo idea de lo que pasa después de la muerte, pero mi triste sentir es que después no hay nada. Es el fin. No termino de creer en dios. No me convence el asunto de la reencarnación. No sabemos nada. Si se murió Maradona, ¿cómo no nos vamos a morir todos? Micaela se refugió en su sensibilidad y en su talento como escritora para sobrellevar la muerte y contar historias que podrían ser fantásticas pero son reales y hacen que Diego viva por siempre en nuestros corazones. ¡Gracias, Micaela! Sebastián Wainraich

LA MANO DE DIEGO - MICAELA DOMINGUEZ PROST

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Al recibir el Oscar, el director italiano Paolo Sorrentino le agradeció a Diego Maradona: le había salvado la vida, como luego contaría en la película Fue la mano de Dios. El ex futbolista Pedro Monzón tenía decidido suicidarse cuando, con el arma ya en la mano, decidió llamar a Diego: “Si no viene, me mato”. Esas son dos de las historias que Micaela Domínguez Prost cuenta en este libro. En otras nos habla de un porteño preso en el Chad por hacer espionaje para Kadafi, de una trabajadora social perdida en Beijing, de una azafata inglesa atrapada en la Kuwait invadida por Saddam Hussein, de un hombre que en estado vegetativo lucha por su vida en un hospital de Miami… A todos ellos, y a algunos más, el Diego les dará una mano. Estas historias reales testimonian el alcance de una idolatría y –según escribe el sociólogo Pablo Alabarces en el prólogo— dan indicios de algo que “supusimos cuando comprendimos la inmensidad del amor napolitano o leímos sobre las manifestaciones en Bangladesh contra su salida del Mundial 94. Algo había en Diego que lo volvía, mágicamente, un ídolo popular global”. “Cuando me lleve la muerte viviré por siempre en tu corazón”, cantan Los Auténticos Decadentes, y es la frase que más me consuela ante el tremendo disparate de no estar más acá. No tengo idea de lo que pasa después de la muerte, pero mi triste sentir es que después no hay nada. Es el fin. No termino de creer en dios. No me convence el asunto de la reencarnación. No sabemos nada. Si se murió Maradona, ¿cómo no nos vamos a morir todos? Micaela se refugió en su sensibilidad y en su talento como escritora para sobrellevar la muerte y contar historias que podrían ser fantásticas pero son reales y hacen que Diego viva por siempre en nuestros corazones. ¡Gracias, Micaela! Sebastián Wainraich