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Dice Carlos Skliar en contratapa:

Decía el poeta Paul Celan en Contraluz: “Mientras él tomó el poema bajo la lupa del entendimiento, lo miré yo por la otra parte a través del telescopio de la fantasía. Y yo vi más”. La poesía pide más y más carne, piel, huesos, vísceras, sangre, miradas y modos de escuchar, que conceptos, leyes, estructuras, reglas. La poesía no imita al mundo, lo hace en tanto reflejo o reacción inesperada de los instantes y las situaciones que se viven. Es, en ese sentido, la fuerza de un mundo que debe desenterrarse y ofrecerse como el tesoro de lo todavía no vivido ni percibido ni sentido.

El único momento que tengo de Eugenia Zorrilla es ese tesoro a descubrir: su poesía disemina lo cotidiano con tal sensibilidad que la palabra se vuelve fuerza vital, hospitalidad de otras vidas, recuerdos que no se quedan a la deriva, tiempos mínimos que parecen abrirse a la eternidad. Es una obra lujosa de pequeñeces y gestualidades mínimas que, pese a las apariencias, no hace más que engrandecer nuestro mundo. Y convierte en realidad aquellas palabras de Edmond Jabés: “Solo una cosa es cierta: este instante”. El único momento que tengo es, así, la celebración de cada momento, el elogio a lo que puede escaparse de las manos y se atesora con una voz singular.

EL UNICO MOMENTO QUE TENGO - ZORRILLA EUGENIA

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Dice Carlos Skliar en contratapa:

Decía el poeta Paul Celan en Contraluz: “Mientras él tomó el poema bajo la lupa del entendimiento, lo miré yo por la otra parte a través del telescopio de la fantasía. Y yo vi más”. La poesía pide más y más carne, piel, huesos, vísceras, sangre, miradas y modos de escuchar, que conceptos, leyes, estructuras, reglas. La poesía no imita al mundo, lo hace en tanto reflejo o reacción inesperada de los instantes y las situaciones que se viven. Es, en ese sentido, la fuerza de un mundo que debe desenterrarse y ofrecerse como el tesoro de lo todavía no vivido ni percibido ni sentido.

El único momento que tengo de Eugenia Zorrilla es ese tesoro a descubrir: su poesía disemina lo cotidiano con tal sensibilidad que la palabra se vuelve fuerza vital, hospitalidad de otras vidas, recuerdos que no se quedan a la deriva, tiempos mínimos que parecen abrirse a la eternidad. Es una obra lujosa de pequeñeces y gestualidades mínimas que, pese a las apariencias, no hace más que engrandecer nuestro mundo. Y convierte en realidad aquellas palabras de Edmond Jabés: “Solo una cosa es cierta: este instante”. El único momento que tengo es, así, la celebración de cada momento, el elogio a lo que puede escaparse de las manos y se atesora con una voz singular.