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El juego de cantar de memoria la lista de los presentes en el aula, durante un reencuentro de excompañeros, trae evocaciones de la toma de un colegio preuniversitario cordobes en los noventa. Tomar lista es asumir el riesgo de las ausencias: la estela de un amigo –que estuvo hasta que ya no– funciona como la pieza perdida en el tangram del recuerdo que, al fugarse, habilita nuevas figuraciones de la adolescencia: un tremedal de fantasmagorias sexuales, imposturas en los pasillos, y fervientes, aunque silenciosas, convicciones. Un suicidio de juventud, las victimas del terrorismo de Estado sobreimpresas en los claustros, la membranza resacosa con sus oclusiones y deslices; son algunos de los vacios de los que da cuenta El ultimo moscovita mediante el ritual de los nombres propios. Si todo apellido es en el origen un llamado, Sebastian Menegaz ensaya su recoleccion de patronimicos eufonicos con sordina –despues de todo, el propio apellido del autor, pronunciado en castellano argentino (“me negas”), expone el equivoco en que se funda la lengua. Dicho sin vueltas, Menegaz es uno de los mejores escritores contemporaneos. La apuesta por narrar, a pesar de todo, con utensilios heredados del barroco –menos neobarrosos, estos; mas deudores del rulo norteamericano que se trenza entre Sor Juana y Gerardo Deniz, con unas gotas de la lima de Lezama en el aliño– viene a solventar otra falla (tridente) en el contexto literario actual: forma, tradicion, politica. Emilio Jurado Naon

EL ULTIMO MOSCOVITA - MENEGAZ, SEBASTIAN

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El juego de cantar de memoria la lista de los presentes en el aula, durante un reencuentro de excompañeros, trae evocaciones de la toma de un colegio preuniversitario cordobes en los noventa. Tomar lista es asumir el riesgo de las ausencias: la estela de un amigo –que estuvo hasta que ya no– funciona como la pieza perdida en el tangram del recuerdo que, al fugarse, habilita nuevas figuraciones de la adolescencia: un tremedal de fantasmagorias sexuales, imposturas en los pasillos, y fervientes, aunque silenciosas, convicciones. Un suicidio de juventud, las victimas del terrorismo de Estado sobreimpresas en los claustros, la membranza resacosa con sus oclusiones y deslices; son algunos de los vacios de los que da cuenta El ultimo moscovita mediante el ritual de los nombres propios. Si todo apellido es en el origen un llamado, Sebastian Menegaz ensaya su recoleccion de patronimicos eufonicos con sordina –despues de todo, el propio apellido del autor, pronunciado en castellano argentino (“me negas”), expone el equivoco en que se funda la lengua. Dicho sin vueltas, Menegaz es uno de los mejores escritores contemporaneos. La apuesta por narrar, a pesar de todo, con utensilios heredados del barroco –menos neobarrosos, estos; mas deudores del rulo norteamericano que se trenza entre Sor Juana y Gerardo Deniz, con unas gotas de la lima de Lezama en el aliño– viene a solventar otra falla (tridente) en el contexto literario actual: forma, tradicion, politica. Emilio Jurado Naon