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Maestros, ya no guías espirituales, ni modelos, ni sabios indómitos. Los contenidos comunicados: instituidos,  examinados. Y sin embargo, emerge una ocasión. Quebrar el solipsismo, cultivar la atención, fecundar pensamientos, abrir la observación, afectar los límites del mundo: eso puede hacer un maestro.  
En el declive del asombro, en la anomia,  en la noche que no sabe de la luz del alba:  enseñar. Mostrar pasión y hastío, continuidad y ruptura, acercamiento y distancia. Estar compartido, ser en las aulas comunes, en la atención cálida y en el estudio sin fin, desgarrando la indiferencia, abriendo algo justo, crítico y bello.  La voluntad de saber forjando un manantial de pensamientos sin autoridad infalible. En ese espacio, una casa donde se explora y ensaya libremente, entre análisis, diálogos y silencios cálidos, entre la comunidad y la soledad, ahí echar raíces.  Enseñar desvela el asombro. Sostiene la esperanza, la espera del alba; impulsa la apertura al conócete a ti mismo, el acceso a modos diferentes de intensificar la existencia y a revolucionar el pensamiento propio. La educación, promesa de felicidad, persiste en un eterno retorno, clase a clase, curso a curso, para el asombro

EL ESPIRITU SOLIPSISTA - CLAUDIO MARTYNIUK

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