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REVISTA CRISIS SESENTA Y OCHO - 68 - JULIO - AGOSTO 2025

BRUTAL NORMALIDAD

Manifiesto:

La guerra funciona. Cada vez es más claro que los poderosos han elegido las tácticas bélicas para imponer su mando. Y ese método está demostrando gran eficacia, al menos por ahora. Después, qué importa ya el después.

Lo vemos por estos días en Medio Oriente, donde se bombardea para imponer la paz de los que tienen las armas. Y donde un genocidio está en marcha, en nombre de la libertad. Esa brutalidad no se aplica solo en el campo de batalla, también se azuza en las mesas de negociaciones. Le dicen persuasión a lo que antes se llamaba coerción, que es lo opuesto del consenso. Europa está de rodillas, los BRICS se quedan en el molde, mientras la Organización de Naciones Unidas duerme la siesta de los justos. La fuente del derecho es la fuerza. Fin.

Lo vemos en el plano judicial, donde prima la impronta de maniatar a quien se oponga o no encaje con el nuevo orden de cosas. Proscribir al adversario político, deportar al inmigrante, espiar al disidente y encarcelar al que reaccione. La gobernabilidad libertaria no cree en lágrimas liberales. La principal líder de la oposición está ahora fuera del escenario cívico. El famoso lawfare logró su cometido y no hubo demasiado quilombo. Las reglas se alteran pero el juego electoral sigue. Todo pasa.

Y lo vemos especialmente en la economía, donde la sociedad y la naturaleza están soportando una violenta expropiación cotidiana en favor de los ricos. El Estado anarcocapitalista parte del desconocimiento de cualquier tipo de derecho humano, sin discriminación de géneros ni generaciones. El soberano solo manda obedeciendo. El único horizonte de integración y ascenso social son las finanzas, arbitrarias y adictivas como los fármacos, principal vector de estabilización y autocontrol.

Es cierto que no estamos, técnicamente, en un régimen dictatorial. Pero es evidente que no vivimos en una democracia. Ahora sabemos que los modales son algo relevante, pero el quid está en el modelo. Es a cara de perro.

 

resistencia o integración
 

Hoy, la verdadera forma de volver es la revuelta. Eso no quiere decir desechar las elecciones, ni desdeñar la incidencia en las instituciones. Simplemente hay que tomar nota de que los poderes fácticos, al asumir el lenguaje de la crueldad explícita, han decidido emanciparse de cualquier contrapoder republicano que ose limitarlos. Mientras el bullying los hace inmunes a cualquier crítica, por racional que parezca. No hay espacio para el debate. Si queremos un poco de realismo, hay que romper la cada vez más miserable lógica de lo posible.

La clave del momento que atravesamos es no confundir prepotencia con omnipotencia. Aunque parezca paradójico, los poderosos no tienen el poder. Y si lo tienen ahora, más tarde o más temprano lo van a perder. Porque su primado es directamente proporcional a nuestra impotencia. Pero, atención, nadie nos va a hacer el favor de echarlos. Tampoco hay que esperar a que entren en razón. Ni confiar en fechas de vencimiento. E incluso si la chocan, no se van a ir como vinieron. Los vamos a tener que correr.

Poco a poco el malestar irá creciendo, hasta convertirse en una furia que tendrá a la ultraderecha como enemigo. En ese momento su arma principal será el miedo. La capacidad para convencernos de que no se puede. Que es mejor ni intentarlo. Claro que no lo harán con argumentos, sino con represión. Habrá que asumir el riesgo. Y recordar lo que nunca debimos haber olvidado: que la única democracia que merece ser defendida es la que tiene la valentía de democratizar en serio el poder. Porque si algo aprendimos es que, después de la farsa, siempre viene la tragedia.

CRISIS 68 BRUTAL NORMALIDAD - SANTUCHO - IGLESIA - PERELMAN - HUDSON - TESTONI - GELOS

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La guerra funciona. Cada vez es más claro que los poderosos han elegido las tácticas bélicas para imponer su mando. Y ese método está demostrando gran eficacia, al menos por ahora. Después, qué importa ya el después.

Lo vemos por estos días en Medio Oriente, donde se bombardea para imponer la paz de los que tienen las armas. Y donde un genocidio está en marcha, en nombre de la libertad. Esa brutalidad no se aplica solo en el campo de batalla, también se azuza en las mesas de negociaciones. Le dicen persuasión a lo que antes se llamaba coerción, que es lo opuesto del consenso. Europa está de rodillas, los BRICS se quedan en el molde, mientras la Organización de Naciones Unidas duerme la siesta de los justos. La fuente del derecho es la fuerza. Fin.

Lo vemos en el plano judicial, donde prima la impronta de maniatar a quien se oponga o no encaje con el nuevo orden de cosas. Proscribir al adversario político, deportar al inmigrante, espiar al disidente y encarcelar al que reaccione. La gobernabilidad libertaria no cree en lágrimas liberales. La principal líder de la oposición está ahora fuera del escenario cívico. El famoso lawfare logró su cometido y no hubo demasiado quilombo. Las reglas se alteran pero el juego electoral sigue. Todo pasa.

Y lo vemos especialmente en la economía, donde la sociedad y la naturaleza están soportando una violenta expropiación cotidiana en favor de los ricos. El Estado anarcocapitalista parte del desconocimiento de cualquier tipo de derecho humano, sin discriminación de géneros ni generaciones. El soberano solo manda obedeciendo. El único horizonte de integración y ascenso social son las finanzas, arbitrarias y adictivas como los fármacos, principal vector de estabilización y autocontrol.

Es cierto que no estamos, técnicamente, en un régimen dictatorial. Pero es evidente que no vivimos en una democracia. Ahora sabemos que los modales son algo relevante, pero el quid está en el modelo. Es a cara de perro.

 

resistencia o integración
 

Hoy, la verdadera forma de volver es la revuelta. Eso no quiere decir desechar las elecciones, ni desdeñar la incidencia en las instituciones. Simplemente hay que tomar nota de que los poderes fácticos, al asumir el lenguaje de la crueldad explícita, han decidido emanciparse de cualquier contrapoder republicano que ose limitarlos. Mientras el bullying los hace inmunes a cualquier crítica, por racional que parezca. No hay espacio para el debate. Si queremos un poco de realismo, hay que romper la cada vez más miserable lógica de lo posible.

La clave del momento que atravesamos es no confundir prepotencia con omnipotencia. Aunque parezca paradójico, los poderosos no tienen el poder. Y si lo tienen ahora, más tarde o más temprano lo van a perder. Porque su primado es directamente proporcional a nuestra impotencia. Pero, atención, nadie nos va a hacer el favor de echarlos. Tampoco hay que esperar a que entren en razón. Ni confiar en fechas de vencimiento. E incluso si la chocan, no se van a ir como vinieron. Los vamos a tener que correr.

Poco a poco el malestar irá creciendo, hasta convertirse en una furia que tendrá a la ultraderecha como enemigo. En ese momento su arma principal será el miedo. La capacidad para convencernos de que no se puede. Que es mejor ni intentarlo. Claro que no lo harán con argumentos, sino con represión. Habrá que asumir el riesgo. Y recordar lo que nunca debimos haber olvidado: que la única democracia que merece ser defendida es la que tiene la valentía de democratizar en serio el poder. Porque si algo aprendimos es que, después de la farsa, siempre viene la tragedia.