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nada que esperar

POR: COLECTIVO EDITORIAL CRISIS

El nuevo gobierno de ultraderecha inaugura una época de enorme incertidumbre. Las cosas pintan mal. Y se enturbian los sentidos. Nunca como en este momento, las generaciones que nos criamos en democracia tendremos que aplicar la manoseada máxima atribuida a Antonio Gramsci: “con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”. Ya no hay nada que esperar. Está todo por verse. Por eso, no conviene interpretar el mañana con las categorías de lo que acaba de fenecer. Desde el 19 de noviembre, cuando Javier Milei y Victoria Villarruel ganaron por paliza, hasta el 10 de diciembre, cuando asumieron en medio del fervor popular, la atención mediática y política se encandiló con la conformación del gabinete, como si descifrar la identidad de quienes ocupen las poltronas del Estado nos sirviera para develar la incógnita por venir. Hay que ir más allá del funcio-centrismo. El enigma geopolítico será determinante para las posibilidades de éxito que enfrenta el líder libertario. Del apoyo financiero que encuentre en el exterior va a depender la suerte de su gobierno. Definida la estanflación como programa para la primera etapa, la gran pregunta es cuál será el pivote que nos saque del ajuste infinito. O sea, cuándo comenzará a cumplir con la expectativa generada por su promesa de torcer el continuum de la decadencia. El viaje iniciático a los Estados Unidos es una señal clara, de dudoso pragmatismo. Ante todo, porque implica un gran distanciamiento de los principales socios comerciales del país, China y Brasil. El mercantilista fanático mutila importantes oportunidades de negocio, en nombre de un dogma ideológico. Por suerte, es muy posible que ambas potencias eviten las represalias gracias a la paciencia oriental y el profesionalismo de Itamaraty, pero hay que saber que podrían provocarnos un rápido colapso. La genuflexión pronorteamericana tampoco va a redundar necesariamente en un cambio de ánimo por parte de las autoridades del Tesoro yanqui o del FMI. Ese gesto de alineamiento automático y absoluto hoy tiene un significado muy diferente del realismo periférico acuñado por Carlos Menem en los noventa. Son mundos distintos. La verdadera y única apuesta del primer presidente libertario de la historia global es el triunfo de Donald Trump en la elección del año próximo. El magnate republicano asumiría, según estos cálculos, el 1 de enero de 2025. Justo cuando la curva de la recuperación debería comenzar a verificarse, luego de un largo año de penuria extrema. Si ese acontecimiento no se concreta, la estrella de Javier se apagará muy pronto. Si ocurriera lo contrario, entonces sí, habrá que abrocharse los cinturones y prepararse para un vuelo directo hacia la dimensión desconocida. liberalización o barbarie En el texto que publicamos el día después del balotaje propusimos: “La derrota, cuando sobreviene, envuelve a todos los que nos sentimos parte de un campo político. Los de izquierda y los de centro, los troskos y los pragmáticos, progresistas y nac&pop, feministas, ambientalistas, desarrollistas, cínicos ilustrados. Es un sujeto histórico el que debe recomponer sus fuerzas, reorientar sus estrategias, recrear sus lenguajes. Nadie se salva. Y no vale levantar el dedito acusador. Hay que apechugar y al mismo tiempo ir a fondo en la autocrítica. Aguantar la tormenta con dignidad, pero también liberar la imaginación de las ataduras y los errores que nos llevaron al fracaso”. A modo de respuesta, el periodista Horacio Verbitsky escribió en su editorial de los domingos: “La crítica de los liberales de izquierda, expresada en sesudos editoriales de revistas con marcas otrora prestigiosas, es que la derrota sobrevino porque el peronismo no fue a fondo con su proyecto reformista. Lo que hoy le ocurre a Cristina no es muy diferente de lo que padeció Perón entre su derrocamiento en 1955 y su retorno en 1973. Lo que no se preguntaron ni entonces ni ahora es por qué no hicieron ellos, que tienen todo tan claro, la revolución que acusan al peronismo de no realizar”. Aunque no menciona a crisis, es evidente que se refiere a nosotres. No lo traemos a colación para responder y prolongar así la esgrima retórica, sino como índice del tipo de dificultades que tendremos que afrontar para reabrir el horizonte político. En lo inmediato veremos el despliegue de un primer debate de relevancia en el seno de la oposición. De un lado, quienes recomiendan esperar que el gobierno aplique su programa y fracase, para entonces ofrecer a la sociedad un proyecto superador. Dos argumentos esgrimen los cultores de este “desensillar hasta que aclare” redivivo: que la sociedad eligió un rumbo y no conviene ubicarse en la vereda de enfrente de esa amplia mayoría; y que no tenemos que regalarle al oficialismo la excusa para justificar su eventual hundimiento. Por otra parte, los que postulan prepararse para una resistencia contundente que impida a la ultraderecha concretar sus nefastos planes, evitando por todos los medios que logre estabilizarse en el gobierno. A favor de esta postura estarán quienes se vean inmediatamente afectados por el ajuste, un arco que podría aglutinar a las nuevas camadas de desempleados, sectores empresarios y de la clase media, incluso a intendentes o gobernadores. Su racionalidad democrática consiste en recordar que la soberanía no solo emana de los votos, también la calle es una fuente de legitimidad. Quizás no sea tan importante quién tiene razón, ni siquiera esperar a que alguien gane la discusión. La clave está en construir una escucha lo más compleja y lúcida posible, para recuperar el protagonismo y sobre todo la inteligencia de los muchos. Es la hora de los orcos.

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El nuevo gobierno de ultraderecha inaugura una época de enorme incertidumbre. Las cosas pintan mal. Y se enturbian los sentidos. Nunca como en este momento, las generaciones que nos criamos en democracia tendremos que aplicar la manoseada máxima atribuida a Antonio Gramsci: “con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”. Ya no hay nada que esperar. Está todo por verse. Por eso, no conviene interpretar el mañana con las categorías de lo que acaba de fenecer. Desde el 19 de noviembre, cuando Javier Milei y Victoria Villarruel ganaron por paliza, hasta el 10 de diciembre, cuando asumieron en medio del fervor popular, la atención mediática y política se encandiló con la conformación del gabinete, como si descifrar la identidad de quienes ocupen las poltronas del Estado nos sirviera para develar la incógnita por venir. Hay que ir más allá del funcio-centrismo. El enigma geopolítico será determinante para las posibilidades de éxito que enfrenta el líder libertario. Del apoyo financiero que encuentre en el exterior va a depender la suerte de su gobierno. Definida la estanflación como programa para la primera etapa, la gran pregunta es cuál será el pivote que nos saque del ajuste infinito. O sea, cuándo comenzará a cumplir con la expectativa generada por su promesa de torcer el continuum de la decadencia. El viaje iniciático a los Estados Unidos es una señal clara, de dudoso pragmatismo. Ante todo, porque implica un gran distanciamiento de los principales socios comerciales del país, China y Brasil. El mercantilista fanático mutila importantes oportunidades de negocio, en nombre de un dogma ideológico. Por suerte, es muy posible que ambas potencias eviten las represalias gracias a la paciencia oriental y el profesionalismo de Itamaraty, pero hay que saber que podrían provocarnos un rápido colapso. La genuflexión pronorteamericana tampoco va a redundar necesariamente en un cambio de ánimo por parte de las autoridades del Tesoro yanqui o del FMI. Ese gesto de alineamiento automático y absoluto hoy tiene un significado muy diferente del realismo periférico acuñado por Carlos Menem en los noventa. Son mundos distintos. La verdadera y única apuesta del primer presidente libertario de la historia global es el triunfo de Donald Trump en la elección del año próximo. El magnate republicano asumiría, según estos cálculos, el 1 de enero de 2025. Justo cuando la curva de la recuperación debería comenzar a verificarse, luego de un largo año de penuria extrema. Si ese acontecimiento no se concreta, la estrella de Javier se apagará muy pronto. Si ocurriera lo contrario, entonces sí, habrá que abrocharse los cinturones y prepararse para un vuelo directo hacia la dimensión desconocida. liberalización o barbarie En el texto que publicamos el día después del balotaje propusimos: “La derrota, cuando sobreviene, envuelve a todos los que nos sentimos parte de un campo político. Los de izquierda y los de centro, los troskos y los pragmáticos, progresistas y nac&pop, feministas, ambientalistas, desarrollistas, cínicos ilustrados. Es un sujeto histórico el que debe recomponer sus fuerzas, reorientar sus estrategias, recrear sus lenguajes. Nadie se salva. Y no vale levantar el dedito acusador. Hay que apechugar y al mismo tiempo ir a fondo en la autocrítica. Aguantar la tormenta con dignidad, pero también liberar la imaginación de las ataduras y los errores que nos llevaron al fracaso”. A modo de respuesta, el periodista Horacio Verbitsky escribió en su editorial de los domingos: “La crítica de los liberales de izquierda, expresada en sesudos editoriales de revistas con marcas otrora prestigiosas, es que la derrota sobrevino porque el peronismo no fue a fondo con su proyecto reformista. Lo que hoy le ocurre a Cristina no es muy diferente de lo que padeció Perón entre su derrocamiento en 1955 y su retorno en 1973. Lo que no se preguntaron ni entonces ni ahora es por qué no hicieron ellos, que tienen todo tan claro, la revolución que acusan al peronismo de no realizar”. Aunque no menciona a crisis, es evidente que se refiere a nosotres. No lo traemos a colación para responder y prolongar así la esgrima retórica, sino como índice del tipo de dificultades que tendremos que afrontar para reabrir el horizonte político. En lo inmediato veremos el despliegue de un primer debate de relevancia en el seno de la oposición. De un lado, quienes recomiendan esperar que el gobierno aplique su programa y fracase, para entonces ofrecer a la sociedad un proyecto superador. Dos argumentos esgrimen los cultores de este “desensillar hasta que aclare” redivivo: que la sociedad eligió un rumbo y no conviene ubicarse en la vereda de enfrente de esa amplia mayoría; y que no tenemos que regalarle al oficialismo la excusa para justificar su eventual hundimiento. Por otra parte, los que postulan prepararse para una resistencia contundente que impida a la ultraderecha concretar sus nefastos planes, evitando por todos los medios que logre estabilizarse en el gobierno. A favor de esta postura estarán quienes se vean inmediatamente afectados por el ajuste, un arco que podría aglutinar a las nuevas camadas de desempleados, sectores empresarios y de la clase media, incluso a intendentes o gobernadores. Su racionalidad democrática consiste en recordar que la soberanía no solo emana de los votos, también la calle es una fuente de legitimidad. Quizás no sea tan importante quién tiene razón, ni siquiera esperar a que alguien gane la discusión. La clave está en construir una escucha lo más compleja y lúcida posible, para recuperar el protagonismo y sobre todo la inteligencia de los muchos. Es la hora de los orcos.