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Este libro me hizo por los menos dos cosas que no creía posibles. A saber: me hizo volar, y –la que creía aún menos posible que volar- me hizo rezar. Para escuchar la música cósmica del viento se debe realizar un pacto mágico. Aquí pasa lo mismo. Es como probarse un par de alas y jugar a volar. Subrayo eso: jugar. Es una lectura lúdica. Jugar a volar exige dejar de pensar que no podemos volar al menos por el tiempo que dure el juego. Quiero decir que para poder jugar a volar hay que deformar un poco las cosas que “son como son”. Eso me hizo la lectura de Benteveo. Deformó la noción del orden del tiempo. Deformó mi cuerpo. Me tomó de la mano y me llevó a jugar un juego que sólo se puede jugar en la infancia cuando no hay que esforzarse por lo útil ni por el sentido de las cosas, ya que el juego en sí mismo es el sentido del juego. Decía que el Benteveo me tomó de la mano pero ahora recuerdo que antes me pidió que mirara, que observara una voz. Otra vez la deformación, esta vez de los sentidos. Hice caso, observé la voz y vi a la niña sauce con un nido en el pelo. Y más vi. En un momento uno de los poemas me dijo: “no soy muy humano”. Espero yo tampoco serlo, le respondí al poema. Y sentí que compartimos un lenguaje musical. Nos sintonizamos. Y me entregué. El Benteveo me dijo palabras bonitas: chocolate, pajarito, corazón… cariñosito. Y así fue engolosinándome, charlándome con sensualidad y erotismo, con la complicidad de la Coca Sarli y de Teresa. Me hablaron de santos y vírgenes milagrosas. Le hicieron favores a la virgen y me mostraron cómo cuidar a los santos, cómo besar a los santos en los labios “como le besas los labios a Gardel”. Y yo recibí a los santos y a las vírgenes en mi casa y recé junto a esas voces. Eso también me hizo este libro, me permitió crearme un cuerpo capaz de creer. Ablandó la rigidez de mi cuerpo escéptico. Si no me hubiera creído que podría volar, no habría podido jugar a volar. En otros términos: creer para poder algo. Creer como potencia, como fuerza que te empuja hacia lo posible. Catalina Correa

BENTEVEO - JERONIMO BERNABE

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Este libro me hizo por los menos dos cosas que no creía posibles. A saber: me hizo volar, y –la que creía aún menos posible que volar- me hizo rezar. Para escuchar la música cósmica del viento se debe realizar un pacto mágico. Aquí pasa lo mismo. Es como probarse un par de alas y jugar a volar. Subrayo eso: jugar. Es una lectura lúdica. Jugar a volar exige dejar de pensar que no podemos volar al menos por el tiempo que dure el juego. Quiero decir que para poder jugar a volar hay que deformar un poco las cosas que “son como son”. Eso me hizo la lectura de Benteveo. Deformó la noción del orden del tiempo. Deformó mi cuerpo. Me tomó de la mano y me llevó a jugar un juego que sólo se puede jugar en la infancia cuando no hay que esforzarse por lo útil ni por el sentido de las cosas, ya que el juego en sí mismo es el sentido del juego. Decía que el Benteveo me tomó de la mano pero ahora recuerdo que antes me pidió que mirara, que observara una voz. Otra vez la deformación, esta vez de los sentidos. Hice caso, observé la voz y vi a la niña sauce con un nido en el pelo. Y más vi. En un momento uno de los poemas me dijo: “no soy muy humano”. Espero yo tampoco serlo, le respondí al poema. Y sentí que compartimos un lenguaje musical. Nos sintonizamos. Y me entregué. El Benteveo me dijo palabras bonitas: chocolate, pajarito, corazón… cariñosito. Y así fue engolosinándome, charlándome con sensualidad y erotismo, con la complicidad de la Coca Sarli y de Teresa. Me hablaron de santos y vírgenes milagrosas. Le hicieron favores a la virgen y me mostraron cómo cuidar a los santos, cómo besar a los santos en los labios “como le besas los labios a Gardel”. Y yo recibí a los santos y a las vírgenes en mi casa y recé junto a esas voces. Eso también me hizo este libro, me permitió crearme un cuerpo capaz de creer. Ablandó la rigidez de mi cuerpo escéptico. Si no me hubiera creído que podría volar, no habría podido jugar a volar. En otros términos: creer para poder algo. Creer como potencia, como fuerza que te empuja hacia lo posible. Catalina Correa