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De ROSARIO 12: ( Nota del 17/4/21)

¿Cuántos conocíamos a Hanns Sachs antes de este libro en castellano, más allá de una leve familiaridad con su nombre, una difusa ubicación en los tiempos fundacionales del psicoanálisis? Seguramente muy pocos. Una ignorancia reforzada por la antipatía hacia el destino final de Sachs, los Estados Unidos, y su política respecto del psicoanálisis, “más profanado que profano”, como define Carlos Prina en su bello prólogo, que funciona como un erudito estudio preliminar.


Desde el comienzo Sachs define su libro como una biografía incompleta de Freud, ya que lo evocará como su maestro y amigo, a su vez que es una pieza autobiográfica de la parte de su vida más importante y absorbente. Se comprende que esa posición rezagada o secundaria fue la que le permitió observarlo en su cotidianeidad, estar allí donde lo fundamental se cocinaba para el porvenir del psicoanálisis.
 

El libro es un testimonio personal, una descripción cercana, amorosa, pero no por eso menos ajustada, de Freud como "sujeto", un Freud con rasgos que no habían sido descritos hasta ahora. El Freud de Sachs es una descripción de sus “rasgos personales esenciales”, en su vida cotidiana, con sus allegados, su círculo íntimo, sus discípulos, para producir un “retrato mosaico que, si los dioses son propicios, insuflará un aliento de vida y podrá resultar favorable a los ojos de los hombres.” Aunque Sachs sabe que también puede ser un basural para los carroñeros de la historia.

Como señaló Luis Gusmán en la presentación de libro, el autor no es en ningún momento ambivalente. Sabe el lugar que ocupó para Freud, sabe que el maestro no encontró en él cualidades que estimara en mayor medida: “En nuestro vínculo faltaba algo, aquello que lleva a una intimidad espontánea entre caracteres que comparten el tono y el tipo.” Pero esa diferencia que da por sentada, es la falla indispensable para que la escritura sea posible.

Sachs se acercó al psicoanálisis por la literatura. Ese trazo se inscribe fuerte en el libro, su erudición y estilo de escritura se aprecian como lectora. Fue la literatura la que lo hizo ingresar a una Clínica Psiquiátrica, por su admiración a Dostoievski. “Quería encontrar, conducido por la mano de la ciencia, los secretos del alma que él casi no había logrado revelar en su desnudez; esperaba recorrer a plena luz del día los oscuros y laberínticos caminos de la pasión, tal como él los había trazado.” Primero probó con Wundt, pero lo encontró decepcionante. Hasta que fue capturado –y salvado- por el psicoanálisis. El libro comienza por ese hallazgo:

“Abrir por primera vez la Traumdeutung (La interpretación de los sueños) fue un golpe de suerte para mí, como conocer a una femme fatale, solo que con un resultado decididamente más favorable. Hasta ese momento, yo había sido un joven que supuestamente estudiaba Derecho, pero no vivía de acuerdo a esa suposición, un tipo de persona bastante común entre la clase media vienesa de finales de siglo. Cuando terminé el libro, había encontrado algo por lo que valía la pena estar vivo; varios años más tarde descubrí que también era lo único por lo que podría vivir.”

Y ante esa declaración, soldamos fratría con el autor, en un pacto de lectura que dura todo el libro, porque es un libro ameno, llevadero para la lectura, intimista, más no hagiográfico ni meloso.

Los mejores capítulos: “Viena”, donde retrata la Viena finisecular desde adentro, para intentar, sin respuesta, explicar la incidencia del contexto decadentista y modernista en el genio freudiano. Sobre el fondo de pereza intelectual vienés, “en pequeños círculos o en individuos singulares, la luz del entendimiento y el amor al saber brillaban con asombroso esplendor”. Y el capítulo “En el campo de batalla”, con un pormenorizado recorrido de la política freudiana en relación a su propia creación. Lejos de afirmar esa opinión general que describía a Freud como un maestro tiránico, amargo y severo con sus "hijos desobedientes", el texto lo sitúa más allá de la rivalidad imaginaria. En eso vuelve a acudir a los detalles, y nos cuenta que Freud iniciaba las reuniones de trabajo diciendo frases como: “Hoy debemos practicar la fraternidad como en la escuela secundaria”, que era un caminante infatigable que cansaba a cualquier acompañante como un modo kinestésico de medir fuerzas, que jamás lo escuchó levantar la voz, pero que tampoco discutía con cualquiera. Sólo mostraba paciencia ante el interlocutor honesto a quien le interesaban los argumentos y la verdad. Para aquellos que lo utilizaban para declamar histriónicamente no mostraba indulgencia o directamente tomaba su sombrero y se retiraba de polémicas estériles.

También nos ilumina sobre el sorprendente proceso de escritura de Freud, escribía sin tomar notas, sin tachar, casi automáticamente bajo un dictado interno de larga elaboración. Y si no le gustaba el resultado, tiraba todo y volvía a empezar, porque “siempre odió remendar cosas, tanto en la esfera intelectual como emocional”.

Sachs analiza con lucidez la relación de Freud con el poder. No le interesaban los oropeles ni los títulos por el brillo mismo, quería “ser eximido de cargar con las insignias del poder”, por lo que su estrategia política lo llevó a la búsqueda del hombre adecuado para confiar el liderazgo.

“Cuando creyó haberlo encontrado, intentó investir al hombre de su elección –Adler, Jung, Rank- con una autoridad total. Eso fue un error táctico, ya que es un hecho histórico bien conocido que, de todas las probables personas a entrar en fuerte oposición a la monarquía reinante, el más propenso es el príncipe heredero.”


Celebramos la aparición en castellano de este libro donde nos enteramos que en los primeros tiempos Freud daba conferencias de dos horas los sábados por la noche en una Clínica Psiquiátrica, lugar donde nuestro autor lo conoció. Iba tan poca gente que colocaban sillas sueltas delante de los bancos vacíos para acercarla al orador. Sostenido por un deseo, como el deseo que llevó al traductor a traer el texto hacia nosotros. El mismo deseo que se reaviva y renace en cada cual que es picado por la serpiente psicoanalítica. Un llamado a filas que nos muestra que la apertura al sinsentido, a la incertidumbre, es la posibilidad de la conquista de la poca de libertad con que contamos.Sachs opina que ninguno de los cismas que provocaron sus discípulos a Freud lo tomó por sorpresa. Esas contiendas personales no le preocupaban en demasía. Eran un costo necesario para poder sostener y propagar el psicoanálisis. Sobre todo, distinguirlo de las nuevas ideas de algunos de sus discípulos que se desviaban de sus conceptos fundamentales.

En 1938, cuando los nazis llegaron a casa de Freud, Martha (Frau Professor) los trató con tanta cortesía que no pudieron robar ni romper nada. Se conformaron con exigir cinco mil shillings en efectivo. “Frau Professor se dirigió hacia el estudio de su esposo y comentó que afuera estaban algunos SA demandando esa suma, él levantó la cabeza de su trabajo por un momento y le dijo: ‘Esto es más de lo que alguna vez he obtenido por una consulta’.” Ese es el espíritu freudiano, el witz que no cesa aún ante la amenaza de la muerte más injusta.

 

Freud, Maestro & amigo es un libro enorme, particular, entrañable, que puede leerse de muchas maneras. Pero con esa sola anécdota Sachs se gana nuestros corazones y reafirma lo indispensable de siempre: volver a Freud. 

FREUD MAESTRO Y AMIGO - SACHS HANNS

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De ROSARIO 12: ( Nota del 17/4/21)

¿Cuántos conocíamos a Hanns Sachs antes de este libro en castellano, más allá de una leve familiaridad con su nombre, una difusa ubicación en los tiempos fundacionales del psicoanálisis? Seguramente muy pocos. Una ignorancia reforzada por la antipatía hacia el destino final de Sachs, los Estados Unidos, y su política respecto del psicoanálisis, “más profanado que profano”, como define Carlos Prina en su bello prólogo, que funciona como un erudito estudio preliminar.


Desde el comienzo Sachs define su libro como una biografía incompleta de Freud, ya que lo evocará como su maestro y amigo, a su vez que es una pieza autobiográfica de la parte de su vida más importante y absorbente. Se comprende que esa posición rezagada o secundaria fue la que le permitió observarlo en su cotidianeidad, estar allí donde lo fundamental se cocinaba para el porvenir del psicoanálisis.
 

El libro es un testimonio personal, una descripción cercana, amorosa, pero no por eso menos ajustada, de Freud como "sujeto", un Freud con rasgos que no habían sido descritos hasta ahora. El Freud de Sachs es una descripción de sus “rasgos personales esenciales”, en su vida cotidiana, con sus allegados, su círculo íntimo, sus discípulos, para producir un “retrato mosaico que, si los dioses son propicios, insuflará un aliento de vida y podrá resultar favorable a los ojos de los hombres.” Aunque Sachs sabe que también puede ser un basural para los carroñeros de la historia.

Como señaló Luis Gusmán en la presentación de libro, el autor no es en ningún momento ambivalente. Sabe el lugar que ocupó para Freud, sabe que el maestro no encontró en él cualidades que estimara en mayor medida: “En nuestro vínculo faltaba algo, aquello que lleva a una intimidad espontánea entre caracteres que comparten el tono y el tipo.” Pero esa diferencia que da por sentada, es la falla indispensable para que la escritura sea posible.

Sachs se acercó al psicoanálisis por la literatura. Ese trazo se inscribe fuerte en el libro, su erudición y estilo de escritura se aprecian como lectora. Fue la literatura la que lo hizo ingresar a una Clínica Psiquiátrica, por su admiración a Dostoievski. “Quería encontrar, conducido por la mano de la ciencia, los secretos del alma que él casi no había logrado revelar en su desnudez; esperaba recorrer a plena luz del día los oscuros y laberínticos caminos de la pasión, tal como él los había trazado.” Primero probó con Wundt, pero lo encontró decepcionante. Hasta que fue capturado –y salvado- por el psicoanálisis. El libro comienza por ese hallazgo:

“Abrir por primera vez la Traumdeutung (La interpretación de los sueños) fue un golpe de suerte para mí, como conocer a una femme fatale, solo que con un resultado decididamente más favorable. Hasta ese momento, yo había sido un joven que supuestamente estudiaba Derecho, pero no vivía de acuerdo a esa suposición, un tipo de persona bastante común entre la clase media vienesa de finales de siglo. Cuando terminé el libro, había encontrado algo por lo que valía la pena estar vivo; varios años más tarde descubrí que también era lo único por lo que podría vivir.”

Y ante esa declaración, soldamos fratría con el autor, en un pacto de lectura que dura todo el libro, porque es un libro ameno, llevadero para la lectura, intimista, más no hagiográfico ni meloso.

Los mejores capítulos: “Viena”, donde retrata la Viena finisecular desde adentro, para intentar, sin respuesta, explicar la incidencia del contexto decadentista y modernista en el genio freudiano. Sobre el fondo de pereza intelectual vienés, “en pequeños círculos o en individuos singulares, la luz del entendimiento y el amor al saber brillaban con asombroso esplendor”. Y el capítulo “En el campo de batalla”, con un pormenorizado recorrido de la política freudiana en relación a su propia creación. Lejos de afirmar esa opinión general que describía a Freud como un maestro tiránico, amargo y severo con sus "hijos desobedientes", el texto lo sitúa más allá de la rivalidad imaginaria. En eso vuelve a acudir a los detalles, y nos cuenta que Freud iniciaba las reuniones de trabajo diciendo frases como: “Hoy debemos practicar la fraternidad como en la escuela secundaria”, que era un caminante infatigable que cansaba a cualquier acompañante como un modo kinestésico de medir fuerzas, que jamás lo escuchó levantar la voz, pero que tampoco discutía con cualquiera. Sólo mostraba paciencia ante el interlocutor honesto a quien le interesaban los argumentos y la verdad. Para aquellos que lo utilizaban para declamar histriónicamente no mostraba indulgencia o directamente tomaba su sombrero y se retiraba de polémicas estériles.

También nos ilumina sobre el sorprendente proceso de escritura de Freud, escribía sin tomar notas, sin tachar, casi automáticamente bajo un dictado interno de larga elaboración. Y si no le gustaba el resultado, tiraba todo y volvía a empezar, porque “siempre odió remendar cosas, tanto en la esfera intelectual como emocional”.

Sachs analiza con lucidez la relación de Freud con el poder. No le interesaban los oropeles ni los títulos por el brillo mismo, quería “ser eximido de cargar con las insignias del poder”, por lo que su estrategia política lo llevó a la búsqueda del hombre adecuado para confiar el liderazgo.

“Cuando creyó haberlo encontrado, intentó investir al hombre de su elección –Adler, Jung, Rank- con una autoridad total. Eso fue un error táctico, ya que es un hecho histórico bien conocido que, de todas las probables personas a entrar en fuerte oposición a la monarquía reinante, el más propenso es el príncipe heredero.”


Celebramos la aparición en castellano de este libro donde nos enteramos que en los primeros tiempos Freud daba conferencias de dos horas los sábados por la noche en una Clínica Psiquiátrica, lugar donde nuestro autor lo conoció. Iba tan poca gente que colocaban sillas sueltas delante de los bancos vacíos para acercarla al orador. Sostenido por un deseo, como el deseo que llevó al traductor a traer el texto hacia nosotros. El mismo deseo que se reaviva y renace en cada cual que es picado por la serpiente psicoanalítica. Un llamado a filas que nos muestra que la apertura al sinsentido, a la incertidumbre, es la posibilidad de la conquista de la poca de libertad con que contamos.Sachs opina que ninguno de los cismas que provocaron sus discípulos a Freud lo tomó por sorpresa. Esas contiendas personales no le preocupaban en demasía. Eran un costo necesario para poder sostener y propagar el psicoanálisis. Sobre todo, distinguirlo de las nuevas ideas de algunos de sus discípulos que se desviaban de sus conceptos fundamentales.

En 1938, cuando los nazis llegaron a casa de Freud, Martha (Frau Professor) los trató con tanta cortesía que no pudieron robar ni romper nada. Se conformaron con exigir cinco mil shillings en efectivo. “Frau Professor se dirigió hacia el estudio de su esposo y comentó que afuera estaban algunos SA demandando esa suma, él levantó la cabeza de su trabajo por un momento y le dijo: ‘Esto es más de lo que alguna vez he obtenido por una consulta’.” Ese es el espíritu freudiano, el witz que no cesa aún ante la amenaza de la muerte más injusta.

 

Freud, Maestro & amigo es un libro enorme, particular, entrañable, que puede leerse de muchas maneras. Pero con esa sola anécdota Sachs se gana nuestros corazones y reafirma lo indispensable de siempre: volver a Freud.