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Nota a la versión en español Este pequeño libro, que intenta poner de relieve la experiencia de la extrañeza en la práctica del psicoanálisis, tiene una genealogía curiosa. Para no pecar de redundante con lo que más adelante se despliega, sólo diré aquí que fue escrito en español para aparecer publicado en inglés, por una editorial asentada en Italia. El manuscrito –en caso de que pueda seguir hablándose de manuscrito cuando se trata en verdad de letras en una pantalla, apenas bits de un archivo digital– que dio origen a la versión en inglés no había sido publicado hasta ahora. Es decir, el original publicado de este libro –en caso de que pueda seguir hablándose de original– lo fue en una lengua que no es la mía, algo que intento remediar con esta nueva publicación. El título de la publicación original, sin embargo, va a contramano de esa lógica. Surgió sin mucha reflexión ante la premura con que la editorial me lo solicitaba: The Compass and the Couch. Dos palabras que me sonaban bien, dos objetos cercanos a mis afectos. A diferencia del subtítulo y del contenido del libro, el título aparece como una frase que me escucho decir en inglés, casi una asociación libre. Frase que quien edita este libro, mi entrañable amigo Gastón Sironi, poeta, editor y traductor exquisito, convierte de pronto en Brújula y diván, el título de este libro. 10 La extrañeza que me produjo ver escritas en español las únicas tres palabras que Gastón tradujera del inglés sólo es comparable a la que me produce el escuchar mi propia voz en una grabación, o ver mi imagen fotografiada. El pasaje por el otro permite reparar verdaderamente en lo extraño de las cosas, aun de lo más propio, de lo más íntimo. Ésa es una de las claves, no la única, de la eficacia del psicoanálisis como práctica clínica. Entonces queda ese título, lo único en verdad traducido de este libro, como un cuerpo extraño, como un aerolito que impacta y deja una marca en una superficie de papel, un hueco en la corteza de la tierra. No me gusta demasiado, la verdad, no tiene la música que tienen para mí las palabras que puedo articular en mi lengua materna, pero me es útil para sostener la extrañeza, como esa marca de extranjería que tiene todo emigrante, por más que haya aprendido a las mil maravillas la lengua de su tierra de acogida. Una de las funciones de la traducción es también preservar la extrañeza. Imagino que cuando alguien lee en inglés lo que escribí en español le debe sonar parecido a como me suena a mí el título de este libro. Por otra parte, debo reconocer que Brújula y diván tiene sin embargo su sonoridad, como puede tenerla el par codo y mostrador, esas virtudes que el gran Pichon-Rivière considerara indispensables en la formación de un psicoanalista, que en otras versiones –cómo saber cuál es el original aquí– aparece como otro par, también de buen sonido: calle y corazón. Cualquiera de las tres parejas de palabras, de algún modo, remiten al subtítulo del libro, su clave: la necesaria extranjería del psicoanálisis. Aquélla que estuvo presente en su origen y que a la vez tiende siempre a diluirse, aquélla que se hace indispensable rescatar. Como sea: viajando, mirando, escuchando o leyendo atentos a lo extraño, también a lo extraño que habla en nosotros. Si la experiencia de lo extranjero es la columna que vertebra este libro, no es porque no haya estado presente en la historia 11 del movimiento psicoanalítico y en la ingente bibliografía que se ha producido. Por citar sólo algunos ejemplos: en un intercambio escrito, Jean Allouch recomendaba abandonar las lecturas psicoanalíticas y aun las pretendidas disciplinas conexas, y en lugar de eso leer novelas, ir al cine y al teatro, a recitales y a la ópera, visitar exposiciones, recorrer el mundo, sobre todo allí donde se fuera más extranjero. En un intercambio oral, Georges Didi-Huberman me hacía saber de la existencia de un texto de un amigo suyo, Pierre Fedida: El sitio del extranjero. La situación psicoanalítica, que no he leído aún. Luego descubrí también a Jacques Hassoun, y a tantos otros psicoanalistas para quienes la extranjería es un tema nodular… No obstante, para muchos practicantes del oficio es todavía un concepto extraño, apenas un contrabando conceptual que no tendría nada que ver con el corpus de conceptos fundamentales del psicoanálisis. Quizás esto justifique, más allá de un deseo que es siempre singular, que otro libro, uno más, vea la luz. La extranjería es necesariamente entrópica, tiende a licuarse, como muchas veces se disuelven también las referencias de las que uno se nutre, los acuíferos fértiles que permiten que algo de lo que pretendo decir pueda ser dicho. La originalidad, como la pureza, no existe, y el método que elijo para escribir, más tributario del ensayo que de la escritura académica, implica prescindir de la referencia constante a las fuentes. Uno no precisa referirse todo el tiempo a sus padres y sin embargo, de algún modo, éstos son marca insoslayable en todo lo que se diga. Lo mismo sucede con los maestros, lo mismo con las lecturas que han moldeado un modo de pensar más allá de la cita circunstancial. Por eso no suelo citar casi a Freud ni a Lacan, aunque estén detrás de cada frase que escribo. Por eso cito más bien poco a amigos con los que he conversado y discutido y de cuya sabiduría me he beneficiado mucho, como Marcelo Viñar, o Diana Sperling o, más a la 12 distancia, Néstor Braunstein o Lorena Preta, quien imaginara este libro antes que yo. Más cerca de mi geografía, tampoco he citado en este libro a mi amigo Federico Lavezzo, quien supo convertir con inteligencia el mito urbano de un oso errante y equivocado en una novela exquisita, y que hizo mucho para que yo pudiera tomar al oso polar antártico (por lo pronto, bautizándolo) como auténtica encarnación de la extranjería. Sería imposible citarlos a cada momento, fundamentalmente porque ya me he apropiado de lo que me han enseñado y muchas veces ni siquiera puedo distinguir qué es mío o qué tomé de ellos. A todos ellos, como a esos artistas sutiles que piensan con imágenes como Luis González Palma, Adriana Bustos y Tomás Saraceno, como a tantos que seguramente se me escapan, va mi agradecimiento caníbal. Mariano Horenstein, Villa Allende, verano de 2020

BRUJULA Y DIVAN EL PSICOANÁLISIS Y SU NECESARIA EXTRANJERÍA - HORENSTEIN MARIANO

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Nota a la versión en español Este pequeño libro, que intenta poner de relieve la experiencia de la extrañeza en la práctica del psicoanálisis, tiene una genealogía curiosa. Para no pecar de redundante con lo que más adelante se despliega, sólo diré aquí que fue escrito en español para aparecer publicado en inglés, por una editorial asentada en Italia. El manuscrito –en caso de que pueda seguir hablándose de manuscrito cuando se trata en verdad de letras en una pantalla, apenas bits de un archivo digital– que dio origen a la versión en inglés no había sido publicado hasta ahora. Es decir, el original publicado de este libro –en caso de que pueda seguir hablándose de original– lo fue en una lengua que no es la mía, algo que intento remediar con esta nueva publicación. El título de la publicación original, sin embargo, va a contramano de esa lógica. Surgió sin mucha reflexión ante la premura con que la editorial me lo solicitaba: The Compass and the Couch. Dos palabras que me sonaban bien, dos objetos cercanos a mis afectos. A diferencia del subtítulo y del contenido del libro, el título aparece como una frase que me escucho decir en inglés, casi una asociación libre. Frase que quien edita este libro, mi entrañable amigo Gastón Sironi, poeta, editor y traductor exquisito, convierte de pronto en Brújula y diván, el título de este libro. 10 La extrañeza que me produjo ver escritas en español las únicas tres palabras que Gastón tradujera del inglés sólo es comparable a la que me produce el escuchar mi propia voz en una grabación, o ver mi imagen fotografiada. El pasaje por el otro permite reparar verdaderamente en lo extraño de las cosas, aun de lo más propio, de lo más íntimo. Ésa es una de las claves, no la única, de la eficacia del psicoanálisis como práctica clínica. Entonces queda ese título, lo único en verdad traducido de este libro, como un cuerpo extraño, como un aerolito que impacta y deja una marca en una superficie de papel, un hueco en la corteza de la tierra. No me gusta demasiado, la verdad, no tiene la música que tienen para mí las palabras que puedo articular en mi lengua materna, pero me es útil para sostener la extrañeza, como esa marca de extranjería que tiene todo emigrante, por más que haya aprendido a las mil maravillas la lengua de su tierra de acogida. Una de las funciones de la traducción es también preservar la extrañeza. Imagino que cuando alguien lee en inglés lo que escribí en español le debe sonar parecido a como me suena a mí el título de este libro. Por otra parte, debo reconocer que Brújula y diván tiene sin embargo su sonoridad, como puede tenerla el par codo y mostrador, esas virtudes que el gran Pichon-Rivière considerara indispensables en la formación de un psicoanalista, que en otras versiones –cómo saber cuál es el original aquí– aparece como otro par, también de buen sonido: calle y corazón. Cualquiera de las tres parejas de palabras, de algún modo, remiten al subtítulo del libro, su clave: la necesaria extranjería del psicoanálisis. Aquélla que estuvo presente en su origen y que a la vez tiende siempre a diluirse, aquélla que se hace indispensable rescatar. Como sea: viajando, mirando, escuchando o leyendo atentos a lo extraño, también a lo extraño que habla en nosotros. Si la experiencia de lo extranjero es la columna que vertebra este libro, no es porque no haya estado presente en la historia 11 del movimiento psicoanalítico y en la ingente bibliografía que se ha producido. Por citar sólo algunos ejemplos: en un intercambio escrito, Jean Allouch recomendaba abandonar las lecturas psicoanalíticas y aun las pretendidas disciplinas conexas, y en lugar de eso leer novelas, ir al cine y al teatro, a recitales y a la ópera, visitar exposiciones, recorrer el mundo, sobre todo allí donde se fuera más extranjero. En un intercambio oral, Georges Didi-Huberman me hacía saber de la existencia de un texto de un amigo suyo, Pierre Fedida: El sitio del extranjero. La situación psicoanalítica, que no he leído aún. Luego descubrí también a Jacques Hassoun, y a tantos otros psicoanalistas para quienes la extranjería es un tema nodular… No obstante, para muchos practicantes del oficio es todavía un concepto extraño, apenas un contrabando conceptual que no tendría nada que ver con el corpus de conceptos fundamentales del psicoanálisis. Quizás esto justifique, más allá de un deseo que es siempre singular, que otro libro, uno más, vea la luz. La extranjería es necesariamente entrópica, tiende a licuarse, como muchas veces se disuelven también las referencias de las que uno se nutre, los acuíferos fértiles que permiten que algo de lo que pretendo decir pueda ser dicho. La originalidad, como la pureza, no existe, y el método que elijo para escribir, más tributario del ensayo que de la escritura académica, implica prescindir de la referencia constante a las fuentes. Uno no precisa referirse todo el tiempo a sus padres y sin embargo, de algún modo, éstos son marca insoslayable en todo lo que se diga. Lo mismo sucede con los maestros, lo mismo con las lecturas que han moldeado un modo de pensar más allá de la cita circunstancial. Por eso no suelo citar casi a Freud ni a Lacan, aunque estén detrás de cada frase que escribo. Por eso cito más bien poco a amigos con los que he conversado y discutido y de cuya sabiduría me he beneficiado mucho, como Marcelo Viñar, o Diana Sperling o, más a la 12 distancia, Néstor Braunstein o Lorena Preta, quien imaginara este libro antes que yo. Más cerca de mi geografía, tampoco he citado en este libro a mi amigo Federico Lavezzo, quien supo convertir con inteligencia el mito urbano de un oso errante y equivocado en una novela exquisita, y que hizo mucho para que yo pudiera tomar al oso polar antártico (por lo pronto, bautizándolo) como auténtica encarnación de la extranjería. Sería imposible citarlos a cada momento, fundamentalmente porque ya me he apropiado de lo que me han enseñado y muchas veces ni siquiera puedo distinguir qué es mío o qué tomé de ellos. A todos ellos, como a esos artistas sutiles que piensan con imágenes como Luis González Palma, Adriana Bustos y Tomás Saraceno, como a tantos que seguramente se me escapan, va mi agradecimiento caníbal. Mariano Horenstein, Villa Allende, verano de 2020