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En las tardes de mi adolescencia, una vez terminados los deberes, nos reuníamos con mamá; si hacía frío, en la cocina, al calor de la coqueta Istilart esmaltada de la casa nueva; si el tiempo era bueno, en las galerías o en el parque de atrás, en sillones de loneta unos, otros sentados en el pasto. Era un momento grato, donde cada uno debía ocuparse de algo mientras conversábamos con ella: desgranar arvejas, zurcir medias, arreglar la manguera, componer algo roto. Si papá llegaba a tiempo, le cebábamos mate con un poco de pan casero. Cuando oscurecía, recogíamos todo mientras planeábamos la cena, discutíamos a quien le tocaba poner la mesa y qué programa de radio oiríamos. La hora de Tarzán ya había pasado, pero comenzaban Los Pérez García y después del postre, las radionovelas de la noche que nos tendrían en suspenso hasta la medianoche con las historias de Benito Lynch, de las Brontë o de Shakespeare. Yo, que soy creyente, pienso que así será el Paraíso: una infinita reunión con los que amamos, al calor de la leña o al frescor de las sierras y mamá indicándonos cómo hacer bien lo que nos había tocado en suerte. Por eso, para ella, estas Postales en el tiempo.

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En las tardes de mi adolescencia, una vez terminados los deberes, nos reuníamos con mamá; si hacía frío, en la cocina, al calor de la coqueta Istilart esmaltada de la casa nueva; si el tiempo era bueno, en las galerías o en el parque de atrás, en sillones de loneta unos, otros sentados en el pasto. Era un momento grato, donde cada uno debía ocuparse de algo mientras conversábamos con ella: desgranar arvejas, zurcir medias, arreglar la manguera, componer algo roto. Si papá llegaba a tiempo, le cebábamos mate con un poco de pan casero. Cuando oscurecía, recogíamos todo mientras planeábamos la cena, discutíamos a quien le tocaba poner la mesa y qué programa de radio oiríamos. La hora de Tarzán ya había pasado, pero comenzaban Los Pérez García y después del postre, las radionovelas de la noche que nos tendrían en suspenso hasta la medianoche con las historias de Benito Lynch, de las Brontë o de Shakespeare. Yo, que soy creyente, pienso que así será el Paraíso: una infinita reunión con los que amamos, al calor de la leña o al frescor de las sierras y mamá indicándonos cómo hacer bien lo que nos había tocado en suerte. Por eso, para ella, estas Postales en el tiempo.