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Aisthesis es, por ahora, el último capítulo del proyecto que Jacques Rancière iniciara a principios de 1970, dedicado a explorar las relaciones y los intercambios entre estética y política. Reaparece en sus páginas lo que a esta altura de su bibliografía ya casi se ha consolidado como una suerte de método –la exploración de “escenas” o “episodios” que funcionan como disparadores de hipótesis– que conecta significativamente este libro con dos controvertidos predecesores. Si en El maestro ignorante (1987) y en La noche de los proletarios (1981) Rancière reflexionaba sobre la posesión y circulación de saberes en torno a episodios históricos concretos (un extravagante pedagogo que revoluciona las estructuras educativas francesas, en el primer caso, y el grupo de artesanos y obreros que, en el mismo país y por la misma época, primera mitad del siglo XIX, quiebran el orden y la jerarquía de acceso a la ilustración, en el segundo), su último libro apela a procedimientos similares para individualizar “regímenes de identificación del arte”. Rancière vuelve a analizar formas y sistemas de sensorialidad y percepción, los modos imprevistos en que se producen estallidos de sentido que permiten redefinir las formas de acceso a la experiencia sensible (“Esas condiciones que hacen posible que palabras, formas, movimientos y ritmos se sientan y se piensen como arte”, según el autor), pero la novedad aquí es que el libro se despega un poco de cierto afán reivindicativo en cuanto a las condiciones de apreciación y reconstrucción de la cultura (lastre difícil de sobrellevar, por ejemplo, en Momentos políticos, de 2009) para concentrarse más y mejor en esa lógica ciertamente fantasmal de aparición y desaparición de situaciones y de las condiciones en que estas son aprehendidas, examinadas o controladas. En Aisthesis el método no oscurece sus propios resultados, por lo que las ideas de Rancière surgen y fluyen con mayor autoridad y contundencia, libres de las incrustaciones ciertamente provocadoras que le valieron, en otras épocas, acusaciones (atendibles) de demagogia. Esto no implica afirmar en modo alguno que la capacidad para la arqueología provocativa de Rancière se haya resentido. Baste comprobar la similitud de algunas de sus ideas con las expuestas, por ejemplo, por Giorgio Agamben en Desnudez (2009) –y, muy especialmente, los numerosos puntos en común en cuanto al cuestionamiento de las formas de naturalización de las fuentes del saber– para concluir que Rancière permanece fiel a su proyecto de problematizar el hecho histórico. Lo que ha cambiado es que su avidez es ahora más clarificadora que confiscatoria, y eso le permite un importante paso adelante en el diseño de esa estética del acontecimiento y la insurrección en la que trabaja desde hace ya más de treinta años.

AISTHESIS ESCENAS DEL REGIMEN ESTETICO DEL ARTE - RANCIERE JACQUES

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Aisthesis es, por ahora, el último capítulo del proyecto que Jacques Rancière iniciara a principios de 1970, dedicado a explorar las relaciones y los intercambios entre estética y política. Reaparece en sus páginas lo que a esta altura de su bibliografía ya casi se ha consolidado como una suerte de método –la exploración de “escenas” o “episodios” que funcionan como disparadores de hipótesis– que conecta significativamente este libro con dos controvertidos predecesores. Si en El maestro ignorante (1987) y en La noche de los proletarios (1981) Rancière reflexionaba sobre la posesión y circulación de saberes en torno a episodios históricos concretos (un extravagante pedagogo que revoluciona las estructuras educativas francesas, en el primer caso, y el grupo de artesanos y obreros que, en el mismo país y por la misma época, primera mitad del siglo XIX, quiebran el orden y la jerarquía de acceso a la ilustración, en el segundo), su último libro apela a procedimientos similares para individualizar “regímenes de identificación del arte”. Rancière vuelve a analizar formas y sistemas de sensorialidad y percepción, los modos imprevistos en que se producen estallidos de sentido que permiten redefinir las formas de acceso a la experiencia sensible (“Esas condiciones que hacen posible que palabras, formas, movimientos y ritmos se sientan y se piensen como arte”, según el autor), pero la novedad aquí es que el libro se despega un poco de cierto afán reivindicativo en cuanto a las condiciones de apreciación y reconstrucción de la cultura (lastre difícil de sobrellevar, por ejemplo, en Momentos políticos, de 2009) para concentrarse más y mejor en esa lógica ciertamente fantasmal de aparición y desaparición de situaciones y de las condiciones en que estas son aprehendidas, examinadas o controladas. En Aisthesis el método no oscurece sus propios resultados, por lo que las ideas de Rancière surgen y fluyen con mayor autoridad y contundencia, libres de las incrustaciones ciertamente provocadoras que le valieron, en otras épocas, acusaciones (atendibles) de demagogia. Esto no implica afirmar en modo alguno que la capacidad para la arqueología provocativa de Rancière se haya resentido. Baste comprobar la similitud de algunas de sus ideas con las expuestas, por ejemplo, por Giorgio Agamben en Desnudez (2009) –y, muy especialmente, los numerosos puntos en común en cuanto al cuestionamiento de las formas de naturalización de las fuentes del saber– para concluir que Rancière permanece fiel a su proyecto de problematizar el hecho histórico. Lo que ha cambiado es que su avidez es ahora más clarificadora que confiscatoria, y eso le permite un importante paso adelante en el diseño de esa estética del acontecimiento y la insurrección en la que trabaja desde hace ya más de treinta años.