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El agotamiento de algunas hipótesis, las naturales modificaciones sociales y culturales, las condiciones políticas y el fluir de la vida desconciertan, inquietan, estimulan, crean rupturas, delimitando épocas que organizan la historia y dan la ilusión de seguridad en un mundo en movimiento. Conviven lo incierto, la sorpresa, el asombro, el entusiasmo, el desánimo y el deseo de consolidar lo adquirido y disponer de un futuro previsible. La incertidumbre se ha ido instalando en un lugar primordial, da un nombre a una preocupación presente en muy diversos ámbitos tales como la ciencia, la política, la economía, la comunicación masiva, la vida diaria y, sin duda, la relación analítica. La incertidumbre inherente a la vida cotidiana contiene una amenaza, un alerta, una señal de peligro. Para Blanchot (2006) se trata de soportar un estado en el cual la espera es lo inesperado de toda espera . La vida, la práctica profesional y otras prácticas nos van enseñando que las certezas debieran ser efímeras. En caso contrario, devienen impedimentos para el jugar, para el ir conociendo al otro y a los otros, para ir habitando los diversos espacios que la vida ofrece y para cualquier acto de la vida. Si bien podemos obtener algún sustento a nuestra práctica apoyándonos en confirmaciones de hipótesis y conjeturas, aquella se enriquece prestando oído a los fracasos, a las rupturas y fisuras, explorando territorios no balizados, dejando que las dudas y cuestionamientos se expandan. El presente ofrece nuevos derroteros según los cuales se instala una discontinuidad entre pasado y presente. Poblar el mundo interno y habitar los territorios del hacer entre dos o más depende de mecanismos propios de cada procedimiento. Es a cada uno de esos territorios que vengo llamando el Uno y el Dos. ¿Qué harán las generaciones venideras con lo que hace a la subjetividad actual y contemporánea de los jóvenes, de las familias llamadas nuevas, de las parejas con sus organizaciones actuales?

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El agotamiento de algunas hipótesis, las naturales modificaciones sociales y culturales, las condiciones políticas y el fluir de la vida desconciertan, inquietan, estimulan, crean rupturas, delimitando épocas que organizan la historia y dan la ilusión de seguridad en un mundo en movimiento. Conviven lo incierto, la sorpresa, el asombro, el entusiasmo, el desánimo y el deseo de consolidar lo adquirido y disponer de un futuro previsible. La incertidumbre se ha ido instalando en un lugar primordial, da un nombre a una preocupación presente en muy diversos ámbitos tales como la ciencia, la política, la economía, la comunicación masiva, la vida diaria y, sin duda, la relación analítica. La incertidumbre inherente a la vida cotidiana contiene una amenaza, un alerta, una señal de peligro. Para Blanchot (2006) se trata de soportar un estado en el cual la espera es lo inesperado de toda espera . La vida, la práctica profesional y otras prácticas nos van enseñando que las certezas debieran ser efímeras. En caso contrario, devienen impedimentos para el jugar, para el ir conociendo al otro y a los otros, para ir habitando los diversos espacios que la vida ofrece y para cualquier acto de la vida. Si bien podemos obtener algún sustento a nuestra práctica apoyándonos en confirmaciones de hipótesis y conjeturas, aquella se enriquece prestando oído a los fracasos, a las rupturas y fisuras, explorando territorios no balizados, dejando que las dudas y cuestionamientos se expandan. El presente ofrece nuevos derroteros según los cuales se instala una discontinuidad entre pasado y presente. Poblar el mundo interno y habitar los territorios del hacer entre dos o más depende de mecanismos propios de cada procedimiento. Es a cada uno de esos territorios que vengo llamando el Uno y el Dos. ¿Qué harán las generaciones venideras con lo que hace a la subjetividad actual y contemporánea de los jóvenes, de las familias llamadas nuevas, de las parejas con sus organizaciones actuales?