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No es lo mismo tratar la angustia por la vía del impulso que a través del síntoma. No es lo mismo comer con culpa, que comer con asco. En la constitución del sujeto, para la localización del síntoma es precisa la represión. Donde no hay represión, se da el impulso. Lo que demuestra que, de un modo u otro, la pulsión no puede satisfacerse sin displacer. La vida pulsional del sujeto está destinada al fracaso, por una vía u otra, por eso el tratamiento que ofrece el psicoanálisis no es el de prometer un goce sin barreras, sino una frontera para el goce que sea lo menos disruptiva para la vida cotidiana. Hoy en día, las impulsiones son cada vez más frecuentes. Y no es preciso hablar de casos dramáticos de adicciones para poder ubicar la eficacia de estas formas de malestar. Incluso, a veces hay cierto elogio de la impulsividad cuando se habla de la “intensidad”, la búsqueda de “emociones fuertes”, etc. Por esta vía, se olvida que la impulsividad confronta con un tipo de vida que no permite el reconocimiento subjetivo, dado que permanece en el sempiterno: “No sé por qué lo hago”. Por supuesto que el propósito del psicoanálisis no es que alguien sepa quién es cuando hace lo que hace, pero sí que ubique las coordenadas en que actúa de tal manera u otra, y qué dice acerca de su ser más íntimo ese modo de responder a la angustia. Porque del sufrimiento y el dolor nadie está a salvo, pero afortunadamente no hay una sola forma de padecer.El goce (de lo) alimentario. Luciano Lutereau

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No es lo mismo tratar la angustia por la vía del impulso que a través del síntoma. No es lo mismo comer con culpa, que comer con asco. En la constitución del sujeto, para la localización del síntoma es precisa la represión. Donde no hay represión, se da el impulso. Lo que demuestra que, de un modo u otro, la pulsión no puede satisfacerse sin displacer. La vida pulsional del sujeto está destinada al fracaso, por una vía u otra, por eso el tratamiento que ofrece el psicoanálisis no es el de prometer un goce sin barreras, sino una frontera para el goce que sea lo menos disruptiva para la vida cotidiana. Hoy en día, las impulsiones son cada vez más frecuentes. Y no es preciso hablar de casos dramáticos de adicciones para poder ubicar la eficacia de estas formas de malestar. Incluso, a veces hay cierto elogio de la impulsividad cuando se habla de la “intensidad”, la búsqueda de “emociones fuertes”, etc. Por esta vía, se olvida que la impulsividad confronta con un tipo de vida que no permite el reconocimiento subjetivo, dado que permanece en el sempiterno: “No sé por qué lo hago”. Por supuesto que el propósito del psicoanálisis no es que alguien sepa quién es cuando hace lo que hace, pero sí que ubique las coordenadas en que actúa de tal manera u otra, y qué dice acerca de su ser más íntimo ese modo de responder a la angustia. Porque del sufrimiento y el dolor nadie está a salvo, pero afortunadamente no hay una sola forma de padecer.El goce (de lo) alimentario. Luciano Lutereau