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Para muchos, Aquel que no me acompañaba (1953) es sin duda el relato más complejo de Blanchot. En él, el narrador, aquel que dice «yo» en su interior, es alguien que escribe y que, puesto a escribir, se dispone a la escucha del silencio y al encuentro de la soledad. Pero no un silencio y una soledad que fueran los suyos, puesto que, de inmediato, «yo» se descubre inmerso en un diálogo con otro («él») que le responde extrañamente con sus propias palabras, sino la soledad y el silencio que son propios de la escritura, hechos efectivos en el instante mismo de escribir. Quien escribe se halla de este modo frente a lo que Blanchot, en uno de sus ensayos más celebrados (escrito más o menos al mismo tiempo que este relato), ha llamado «la soledad esencial». Relato de la desaparición y de la ausencia de aquel que al escribir adquiere «el derecho a hablar de sí en tercera persona», que dice «yo» sólo para desaparecer, para comparecer ante su ausencia (las cuales, a partir de ese momento, no son las de uno, sino las del otro), las de «él», que en ese instante viene a ser «aquel que no me acompañaba», porque desde siempre y para siempre, con una insistencia que pone en juego el infinito, aparece en la forma de quien se ausenta de su presencia y desaparece de su aparición.

AQUEL QUE NO ME ACOMPAÑABA - BLANCHOT MAURICE

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Para muchos, Aquel que no me acompañaba (1953) es sin duda el relato más complejo de Blanchot. En él, el narrador, aquel que dice «yo» en su interior, es alguien que escribe y que, puesto a escribir, se dispone a la escucha del silencio y al encuentro de la soledad. Pero no un silencio y una soledad que fueran los suyos, puesto que, de inmediato, «yo» se descubre inmerso en un diálogo con otro («él») que le responde extrañamente con sus propias palabras, sino la soledad y el silencio que son propios de la escritura, hechos efectivos en el instante mismo de escribir. Quien escribe se halla de este modo frente a lo que Blanchot, en uno de sus ensayos más celebrados (escrito más o menos al mismo tiempo que este relato), ha llamado «la soledad esencial». Relato de la desaparición y de la ausencia de aquel que al escribir adquiere «el derecho a hablar de sí en tercera persona», que dice «yo» sólo para desaparecer, para comparecer ante su ausencia (las cuales, a partir de ese momento, no son las de uno, sino las del otro), las de «él», que en ese instante viene a ser «aquel que no me acompañaba», porque desde siempre y para siempre, con una insistencia que pone en juego el infinito, aparece en la forma de quien se ausenta de su presencia y desaparece de su aparición.