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Las sublevaciones son hijas de las lágrimas. El llanto es una trepidación. La Historia es hija de las historias de quienes han llorado. La lágrima es cuchilla y tempestad. Así se llora en la escena de duelo en El acorazado Potemkin, en cuyo núcleo Georges Didi-Huberman apoya su compás, entre una ejecución individual y una masacre de los inocentes, tejiendo el salto del ritual fúnebre ancestral al sismo político contemporáneo.
Stalin pedía un objeto de conmemoración y propaganda. Sergei Eisenstein le dio en Potemkin una celebración de la impotencia, un ciñe-puño o puñal que rasga el dogma, la imagen como corte o como atmósfera, beligerante o enamorada de otra imagen, que la afecta y la infecta a la vez. El montaje como psicotécnica.
Anclado en el Potemkin, Georges Didi-Huberman traza en este libro la historia de la emoción desde Aristóteles a Gilles Deleuze, con especial atención a las oscilaciones de Roland Barthes entre la fobia por la histeria del sentido obvio que censuró en Potemlin y su rendición ante el detalle desplazado del sentido obtuso y la flecha del punctum a bordo de ese mismo acorazado.

PUEBLOS EN LAGRIMAS PUEBLOS EN ARMAS - DIDI HUBERMAN GEORGE

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Las sublevaciones son hijas de las lágrimas. El llanto es una trepidación. La Historia es hija de las historias de quienes han llorado. La lágrima es cuchilla y tempestad. Así se llora en la escena de duelo en El acorazado Potemkin, en cuyo núcleo Georges Didi-Huberman apoya su compás, entre una ejecución individual y una masacre de los inocentes, tejiendo el salto del ritual fúnebre ancestral al sismo político contemporáneo.
Stalin pedía un objeto de conmemoración y propaganda. Sergei Eisenstein le dio en Potemkin una celebración de la impotencia, un ciñe-puño o puñal que rasga el dogma, la imagen como corte o como atmósfera, beligerante o enamorada de otra imagen, que la afecta y la infecta a la vez. El montaje como psicotécnica.
Anclado en el Potemkin, Georges Didi-Huberman traza en este libro la historia de la emoción desde Aristóteles a Gilles Deleuze, con especial atención a las oscilaciones de Roland Barthes entre la fobia por la histeria del sentido obvio que censuró en Potemlin y su rendición ante el detalle desplazado del sentido obtuso y la flecha del punctum a bordo de ese mismo acorazado.