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La habitación del Otamendi apenas iluminada, descubre el cuerpo de Clotilde amurallado por el dolor. Sólo han pasado algunas horas desde que el ácido quemara su hermoso rostro. El interminable fuego del terror arrasa desde todos los rincones. La tragedia amordaza los corazones más cercanos y nadie se atreve a decirle que Raúl se ha suicidado. Ella es fuerte y tiene mucho amor propio, si se lo dice el médico lo sobrellevará —asevera una voz familiar. Y lo sobrellevó. —¿Qué responsabilidad me cabe a mí en esto? —dijo, aún en una pregunta que iba mucho más allá del entendimiento medio. —¡Por Dios, ¿qué decís? ¿Qué responsabilidad podés tener vos en esto, por el contrario. —Respondió su hermana. Un breve diálogo y luego el silencio. Clotilde sintió y supo que a partir de este instante estaba definitivamente sola. Ni hijos, ni hermanas, nada. La soledad de los que comprenden no cabe en las mentes ordinarias. Uno de los sentidos de su vida, quizás el de mayor peso, comenzaba a perderse en el tiempo, hasta que el olvido de todos los olvidos la borrara de la faz de la tierra. En el oscuro silencio de una mirada casi borrada, de unos párpados desolados, su mente infrecuente estaba intacta. Ya no habría necesidad de divorcio. Ni bienes que separar, ni hijos divididos entre padre y madre. Se había detenido el péndulo; no cabían las huidas ni los retornos. La urgencia del vínculo que sólo ellos eran capaces de satisfacer, entraba en la noche clausurando el devenir; ponía fin a la tortura de amar y tratar de salirse del amor como se sale de otros enredos, en los que no interviene el inframundo que se revela en los cuerpos que se arrebatan desde algún rincón oscuro, inexpugnable, donde la razón no puede avanzar aunque el intelecto tenga el mayor coeficiente de inteligencia. Un punto ciego que no se conoce sino viviendo. Caen los mundos uno tras otro. Caen las vergüenzas y se amontonan sobre el dilema de la luz. Caen los misterios del alma. Ruedan los imposibles y se retuerce el grito del amor lacerado y se lacera el amor al hacerlo. Se vive la pasión y se muere sin remedio. La luz pequeña y tibia del mediodía parpadea entre los pliegues de las persianas. Un perfume fuerte de desinfectante invade lo real y se desvanece el misterio de las almas. Momentos de incertidumbre. Voces. Rumores. Murmullos. Frases sin sentido. Palabrerío. Idas y venidas. Nadie se atreve a comprender porque hacerlo sería ampliar las fronteras de las determinaciones culturales.

SE PERDONA TANTO COMO SE AMA - THOMAS JOSÉ LUIS

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La habitación del Otamendi apenas iluminada, descubre el cuerpo de Clotilde amurallado por el dolor. Sólo han pasado algunas horas desde que el ácido quemara su hermoso rostro. El interminable fuego del terror arrasa desde todos los rincones. La tragedia amordaza los corazones más cercanos y nadie se atreve a decirle que Raúl se ha suicidado. Ella es fuerte y tiene mucho amor propio, si se lo dice el médico lo sobrellevará —asevera una voz familiar. Y lo sobrellevó. —¿Qué responsabilidad me cabe a mí en esto? —dijo, aún en una pregunta que iba mucho más allá del entendimiento medio. —¡Por Dios, ¿qué decís? ¿Qué responsabilidad podés tener vos en esto, por el contrario. —Respondió su hermana. Un breve diálogo y luego el silencio. Clotilde sintió y supo que a partir de este instante estaba definitivamente sola. Ni hijos, ni hermanas, nada. La soledad de los que comprenden no cabe en las mentes ordinarias. Uno de los sentidos de su vida, quizás el de mayor peso, comenzaba a perderse en el tiempo, hasta que el olvido de todos los olvidos la borrara de la faz de la tierra. En el oscuro silencio de una mirada casi borrada, de unos párpados desolados, su mente infrecuente estaba intacta. Ya no habría necesidad de divorcio. Ni bienes que separar, ni hijos divididos entre padre y madre. Se había detenido el péndulo; no cabían las huidas ni los retornos. La urgencia del vínculo que sólo ellos eran capaces de satisfacer, entraba en la noche clausurando el devenir; ponía fin a la tortura de amar y tratar de salirse del amor como se sale de otros enredos, en los que no interviene el inframundo que se revela en los cuerpos que se arrebatan desde algún rincón oscuro, inexpugnable, donde la razón no puede avanzar aunque el intelecto tenga el mayor coeficiente de inteligencia. Un punto ciego que no se conoce sino viviendo. Caen los mundos uno tras otro. Caen las vergüenzas y se amontonan sobre el dilema de la luz. Caen los misterios del alma. Ruedan los imposibles y se retuerce el grito del amor lacerado y se lacera el amor al hacerlo. Se vive la pasión y se muere sin remedio. La luz pequeña y tibia del mediodía parpadea entre los pliegues de las persianas. Un perfume fuerte de desinfectante invade lo real y se desvanece el misterio de las almas. Momentos de incertidumbre. Voces. Rumores. Murmullos. Frases sin sentido. Palabrerío. Idas y venidas. Nadie se atreve a comprender porque hacerlo sería ampliar las fronteras de las determinaciones culturales.